A los Doms. se les reconoce legitimidad para serlo por dos razones alternativas, que equivalen a lo que en el ordenamiento jurídico-moral romano se denominaban «potestas» y «auctorĭtas«, una de ambas. No exactamente por las actuales potestad ni autoridad, pues sus significados se han mezclado.
ASÍ, la antigua potestas equivaldría al concepto actual de autoridad legal, «de derecho». Es la condición que hace a quien la posee acreedor de obediencia por reconocérselo la Ley en el ámbito civil -en el militar era el imperium-, sean cargos políticos para todos, lo sea el pater familias en su casa. No cualquiera podía acceder a la titularidad de potestas, sino los patricios y entre estos, por ser cargos gratuitos, quienes se lo podían permitir. Así, eran fácilmente reconocibles por sus atuendos, de telas, tinturas y accesorios caros al acceso de una minoría, tanto por el privilegiado origen de dichos funcionarios como por los propios ropajes que tras su nombramiento debían vestir por ostentar dichas dignidades del Estado.
La auctorĭtas por su parte es la autoridad moral, «de hecho», no prescriptiva. Es la condición que no se atribuye formalmente a nadie, sino que se le reconoce socialmente sin condicionantes legales a quien por su propio prestigio y crédito o solvencia personal se considera merecedor de ser seguido, no en sus órdenes sino en sus opiniones, que eran voluntariamente obedecidas pese a no ser legalmente vinculantes. Por lo tanto, no tenía necesidad de exhibir mando alguno en su apariencia externa, sino en cómo expresaba su pensamiento.
Ambas expresiones pueden traerse al presente iniciado con la Ilustración -la democracia implica la competición en el campo de la auctorĭtas para alcanzar la potestas– como sendas formas de liderazgo, y siendo identificable en distintas formas de relación social, también lo encuentro, con conclusiones particularmente reveladoras, en los Doms. del BDSM. Lo explico.
UN Dom. se puede presentar como tal por sus ropajes, y no me refiero al dress code -sin excluirlo-. Me refiero a, como escribí aquí, «el personaje» que adorna la persona. En la sociedad de la información que codifica los mensajes en dos números para transmitirse en la distancia hasta descodificarse en cualquier palabra, el concepto «imagen» ha cambiado más que nunca, y ahora ya no es visual, sino algo así como «paravisual» o «metavisual». Ahora se transmite una imagen por los mensajes que, además, han de reducirse al impacto de pocos bloques de 280 caracteres. No da para profundizar, y de hecho el receptor cada vez más quiere digestiones fáciles y rápidas, en abierto sprint hacia la idiocracia. Y así, cualquier hikikomori, hasta una tardoadolescencia que en demasiados casos se adentra en la treintena, puede presentarse como una autoridad prescriptiva, como tal no moral, autoinvestida de potestas. Un Dom. con potestas debe liderar a sus pares y ser obedecido por sus sums. porque se ha constituido en un pequeño tirano que, así soberano, se atribuye a sí mismo un poder con el que dictar órdenes para su ciego cumplimiento.
Pero también una persona, no personaje, puede ser reconocido como Dom. hasta sin presentarse como tal, pasando olímpicamente de la forma y transitando por el fondo, teniendo como destinatarios involuntarios a quienes entendiendo el BDSM como un ars erotica necesitan algo más que los demás, o simplemente saben leer entre líneas y no se impresionan por fuegos de artificio. Es un Dom. con auctorĭtas, que no tiene voluntad de liderar a sus pares, pasando de banderías, y más que ser obedecido por su sum, ésta, por el aprecio puro -no condicionado- que le tiene, le complace hasta sin esperar órdenes. Es fácil de ser identificado porque al no ser prescriptivo no da lecciones de BDSM, sino sus simples opiniones, y pudiendo documentarlas lo hace.
AMBAS formas de ser Dom. son legítimas. De hecho, hay sums. que prefieren las formalidades a la actitud, y viceversa, y como venía a decir Havelock Ellis, el Dom. se debe a la sum, que es quien con sus opciones y límites configura los márgenes a que ha de delimitarse la relación.
Yo mismo he sido Dom. de potestas. Y como está claro que no lo soy aún de la auctorĭtas a que aspiro, entretanto me quedo en el limbo de los Doms. de mierda.
Publicado originariamente el 27 de septiembre de 2020