Frente al amor romántico, se suele defender como alternativa el amor confluente que Anthony Giddens sintetizó en 1992 en su “La transformación de la intimidad”. Pero lo cierto es que el modelo pujante está siendo el “amor líquido” que en 2003 denunció Zygmunt Bauman en su obra homónima.
Digo que Bauman lo denunció porque, aunque la forma de amar que él denomina líquida es propia del egoísmo posmoderno, pese a que el propio Bauman es considerado desde algunos ámbitos como un filósofo de la posmodernidad, su análisis sobre aquél es abiertamente crítico. No propone un paradigma amoroso posmo: lo describe objetivamente.
El hombre en nuestra sociedad “de rampante ‘individualización’”, usando un masculino genérico referido a ambos géneros, es para Bauman “Der Mann ohne Verwandtschaften, el hombre sin vínculos” o sin afinidades fijos, establecidos, inquebrantables. Porque el compromiso nacería de la elección y
“a menos que la elección se rehaga a diario y se concreten actos nuevos para confirmarla, la afinidad se marchitará y declinará hasta derrumbarse o desarticularse. La intención de mantener viva la afinidad es presagio de lucha cotidiana y promesa de una vigilancia sin descanso. Para nosotros, habitantes del moderno mundo líquido que aborrece todo lo sólido y durable, todo lo que no sirve para el uso instantáneo y que implica esfuerzos sin límite, esa perspectiva supera toda capacidad y voluntad de negociación. Establecer un vínculo de afinidad proclama la intención de hacer que ese vínculo sea como el de parentesco, pero también la disposición a pagar el precio del avatar con la dura moneda de la monotonía de lo cotidiano”.
Vamos: que nos da pereza la mera representación del esfuerzo que implica el amor.
De tal modo que, aislado, a estos hombres y mujeres tan solos sólo les quedan “su propio esfuerzo y con la ayuda de sus propias habilidades”, sin sinergias, sin cooperación, sin ir de la mano de otro, sin alteridad. Cuando se vinculan a otras personas, “esa conexión no debe estar bien anudada, para que sea posible desatarla rápidamente cuando las condiciones cambien… algo que en la modernidad líquida [¿la posmodernidad?] seguramente ocurrirá una y otra vez”. Estos tiempos lo son de “fragilidad de los vínculos humanos” con el sentimiento de inseguridad que dicha fragilidad inspira. Involúcrate en relaciones pero representándote mentalmente el fracaso, para que no te cueste saltar en busca de otra.
Así, somos fácilmente descartables quedándonos encomendarnos únicamente a nuestros propios recursos, pero como no podemos sustraernos de la necesidad humana “de la seguridad de la unión y de una mano servicial” para los malos momentos, mantenemos nuestra necesidad de relacionarnos. Pero matiza Bauman:
“Sin embargo, desconfían todo el tiempo de ‘estar relacionados’, y particularmente de estar relacionados ‘para siempre’, por no hablar ‘eternamente’, porque temen que ese estado pueda convertirse en una carga y ocasionar tensiones que no se sienten capaces ni deseosos de soportar, y que pueden limitar severamente la libertad que necesitan -sí, usted lo ha adivinado- para relacionarse…”.
Que “la tentación de enamorarse es avasallante y poderosa, pero también lo es la atracción que ejerce su huída”. Amor de baja intensidad.
Está claro: “si usted quiere ‘relacionarse’, será mejor que se mantenga a distancia: si quiere que su relación sea plena, no se comprometa ni exija compromiso. Mantenga todas sus puertas abiertas permanentemente”. El hombre y la mujer opta por este tipo de amor líquido porque tiene claro que, si no, de comprometerse “tal vez esté cerrándole la puerta a otras posibilidades amorosas que podrían ser más satisfactorias y gratificantes”, ello “al menos hasta que su pareja reclame primero el derecho”. Vamos: que entramos en relaciones en las que como tememos ser abandonados, tampoco nos involucramos con alta intensidad, pues no merecerá la pena el esfuerzo; nuestro partenaire piensa lo mismo sobre nosotros, y así ambos están dispuestos a huir cada uno del otro, preparando la salida.
Emplea Bauman una metáfora definitiva:
“Tal como señaló Ralph Waldo Emerson, cuando uno patina sobre hielo fino, la salvación es la velocidad. Cuando la calidad no nos da sostén, tendemos a buscar remedo en la cantidad. Si el ‘compromiso no tiene sentido’ y las relaciones ya no son confiables y difícilmente duren, nos inclinamos a cambiar la pareja por las redes”.
Las consecuencias son desalentadoras: “una vez que alguien lo ha hecho, sentar cabeza se vuelve aún más difícil” y “mantener la velocidad, antes una aventura gozosa, se convierte en un deber agotador”.
Supone la transposición del sistema económico a la intimidad,
“en una cultura de consumo como la nuestra, partidaria de los productos listos para uso inmediato, las soluciones inmediatas, los resultados que no requieran esfuerzos prolongados, las recetas infalibles, los seguros contra todo riesgo y las garantías de devolución del dinero. La promesa de aprender el arte de amar es la promesa (falsa, engañosa, pero inspiradora del profundo deseo de que resulte verdadera) de lograr ‘experiencia en el amor’ como si se tratara de otra mercancía. Seduce y atrae con su ostentación de esas características porque supone deseo sin espera, esfuerzo sin sudor y resultados sin esfuerzo”.
El consumismo -del que, añado yo, el de los millennials es culmen de paradigma- “no es acumular bienes (quien reúne bienes debe cargar también con valijas pesadas y casas atestadas), sino usarlos y disponer de ellos después de utilizarlos a fin de hacer lugar para nuevos bienes y su uso respectivo”. En el consumismo actual, “si son usados repetidamente, los bienes adquiridos frustran la búsqueda de la variedad, y el uso sostenido hace que pierdan su lustre y su brillo”. Somos de usar y tirar.
La sociedad moderna “ve opresión en los compromisos duraderos; los vínculos durables despiertan su sospecha de una dependencia paralizante”. De este modo, las relaciones propicias del amor líquido son las “‘relaciones de bolsillo’ que ‘se pueden sacar en caso de necesidad’ pero que también pueden volver a sepultarse en las profundidades del bolsillo cuando ya no son necesarias”. Relaciones que deben diluirse, porque si no, concentradas, indisponen. Relaciones que deben ser abiertas, éstas “loables por ser ‘relaciones revolucionarias que han logrado hacer estallar la asfixiante burbuja de la pareja’”. Este tipo de relaciones requieren dos condiciones:
- La primera: “debe embarcarse en la relación con total conciencia y claridad. Recuerde, nada de ‘amor a primera vista’. Nada de enamorarse… nada de esas súbitas mareas de emoción que lo dejan sin aliento: nada de emociones que llamamos ‘amor’”, igual que el poliamor suele ejercerse sin amor, el amor líquido excluye el amor. “Usted no debe permitir que ninguna emoción lo embargue no conmueva, y sobre todo, no debe permitir que nadie le arrebate la calculadora de la mano. Y no se deje confundir con respecto a la relación en la que está por embarcarse, en cuanto a lo que no es y nunca será. La conveniencia es lo único que cuenta, y la conveniencia debe evaluarse con la mente clara, y no con un corazón cálido (por no hablar de un corazón ardiente)”. La conclusión es sintomática: “cuanto menos invierta en la relación, tanto menos inseguro se sentirá cuando se vea expuesto a las fluctuaciones de sus propias emociones futuras”.
- La segunda es mantenerse en la primera condición: “no permita que la relación se escape de la supervisión de su cabeza ni que desarrolle su propia lógica, ni -especialmente- que ocupe otros territorios, saliéndose de su bolsillo, que es adonde pertenece. Esté alerta. No baje nunca la guardia”. Es agotador, sí. Supone mantener a raya a “las clandestinas corrientes emocionales”, que clandestinas por cuanto “no están sujetas a cálculo”. Hay que ser duro: “Si advierte que aparece algo que no negoció y que no le interesa, ha ‘llegado el momento de seguir el viaje’”.
La alternativa es la soledad, que “provoca inseguridad, pero las relaciones no parecen provocar algo muy diferente. En una relación, usted puede sentirse tan inseguro como si no tuviera ninguna, o peor aún”. De todos modos, en ese caso, “mantenga su bolsillo vacío y dispuesto. Muy pronto necesitará poner algo allí y -cruce los dedos- lo hará…”.
Escrito el 12 de agosto de 2016