Uno de los imprescindibles en la bibliografía sobre BDSM es el colectivo «BDSM. Estudios sobre la dominación y la sumisión», coordinado en 1995 por Thomas S. Weinberg, Profesor de Sociología en el Buffalo State College de Nueva York, por contener aquel libro, editado en España en 2008 por Bellaterra, algunos artículos ensayísticos particularmente reveladores.
Dicha obra colectiva incluye un resumen introductorio del estudio sobre el sadomasoquismo escrito en 1983 por el propio Weiberg con G.W. Levi Kamel, doctor en Sociología por la Universidad de California San Diego, donde hacer un recorrido sobre scientia sexualis del BDSM a lo largo de la historia de la sexología, a través de tres hitos: Richard von Krafft-Ebing, Sigmund Freud y Havelock Ellis.
Krafft-Ebing fue un psiquiatra alemán que se desarrolló profesionalmente en el último tercio del s. XIX, autor del ensayo «Psychopathia sexualis» originador de la protosexología, publicado en 1886, en uno de cuyos apartados, sobre la «paraesthesia», se refiere al deseo sexual que consideraba equivocado por no orientarse correctamente: las «perversiones», entre las que fue él quien comenzó a identificar determinadas prácticas que se observaba en cualquier hombre aunque fuera a baja intensidad, denominándolas, expresamente, como «sadismo» y «masoquismo».
Tomaba por primera vez, como es conocido, el primer nombre del de el conocido intelectual marqués francés Donatien Alphonse François de Sade, por su vida y literatura narrativa, y el segundo del escritor austriaco Leopold von Sacher-Masoch, por algunas de sus obras, con la siguiente definición sobre el masoquismo:
una perversión peculiar de la vida psíquica sexual a consecuencia de la cual el individuo afectado está dominado en su sexualidad por la idea de hallarse total e incondicionalmente sometido a la voluntad de una persona de otro sexo, que se comporta con él como un amo, humillándolo y maltratándolo. Esta idea se encuentra teñida por un sentimiento de lujuria: el masoquista imagina fantasías en las cuales se imagina situaciones de ese tipo y a menudo trata de realizarlas.
Freud, neurólogo de formación y padre del psicoanálisis, comenzó el desarrollo de su carrera años después y durante las primeras décadas del s. XX, y también observaba generalizada la tendencia sádica aunque fuera a baja intensidad, como forma de dominar para «vencer la resistencia sexual de un modo distinto a por los actos de cortejo». Pero también, en esto a diferencia de Krafft-Ebing, que ambas prácticas se encontraban a la vez, en mayor o menor medida, en la misma persona:
Un sádico es siempre, y al mismo tiempo, un masoquista, y al contrario. Lo que sucede es que una de las formas de la perversión, la activa o la pasiva, puede hallarse más desarrollada en el individuo y constituir el carácter dominante de su actividad sexual.
Añado yo, en conformidad, que hay una documentadísima biografía de 1998 escrita por Francine du Plessix Gray sobre el Marqués de Sade, así intitulada, donde prueba que, efectivamente, él mismo era lo que desde Krafft-Ebing se denominaria tanto sádico como también masoquista, y ambas identidades de manera muy intensa.
En esa aproximación entre ambas conceptualizaciones, el médico Havelock Ellis, contemporáneo de Freud, contribuye sentando que «sadismo y masoquismo pueden ser considerados como estados emocionales complementario; no como estados opuestos». Y retiró, aparte de el de «perversión», el concepto de «crueldad» en sus definiciones, para dejar, sí, el del «dolor» motivado eróticamente, conectado con el deseo sexual en su preferido concepto de «algolagnia», como comportamiento auténticamente motivado por el amor, del siguiente modo en su paradigmática summa sexológica «Studies in the psychology of sex»:
El masoquista desea sentir dolor, pero por lo general desea que le sea infligido con amor; el sádico desea infligir dolor, pero en algunos casos, si no en la mayor parte de ellos, desea que el dolor sea recibido como una forma de amor
De hecho, Ellis detectó que esos sádicos sólo lo son en situaciones sexuales, por su interés en satisfacer el placer sexual de la parte masoquista:
el sádico no desea en modo alguno excluir el placer de la víctima, y puede incluso valorar ese placer como algo esencial para su propia satisfacción.
Recuerdan los sociólogos Weinberg y Kamel que las interacciones de sádicos y masoquistas son cooperativas entre ellos, que son las fantasías de los masoquistas las que se realizan en las mismas, que por lo tanto son éstos, y no los sádicos, quienes ejercen el control en el curso de sus episodios, como es en los límites impuestos por los masoquistas. Así como que el dolor físico no tiene ni siquiera por qué aparecer en sus prácticas porque
a menudo la excitación sexual se alimenta con la sensación de impotencia y de sometimiento a la voluntad de otro. La ilusión de la violencia, y no la violencia por sí misma, es lo que suele excitar tanto a sádicos como a masoquistas. En la esencia del sadomasoquismo no se halla el dolor sino la idea de control, de dominación y de sumisión
Producto de la evolución histórica del acometimiento sexológico de los conceptos, podríamos definir la interacciones en relaciones de «D/s», de dominación y sumisión, como estados emocionales complementarios en la vida psíquica sexual a consecuencia de lo cual los involucrados fantasean para vencer la resistencia sexual y tratan de realizar como actos de amor episodios de sometimiento a la voluntad de quien complace controlando como un amo.