Las subculturas, al tratar de reproducir a su pequeña escala los sistemas de poder supuestamente perfeccionados -recordemos que reivindican sus propias utopías-, también se dotan de un sistema de resolución de conflictos para aplicar su concepto de justicia, de la que no puede sustraerse quien forme parte de la subcultura.
E importado de la idealización posmoderna de minorías indígenas, subculturas como la del BDSM están siendo últimamente permeable, formal y materialmente, al concepto de supuesta justicia «transformativa». En teoría, consiste en la infantil y utópica creencia de que la Justicia debe subordinar las garantías propias de los Derechos Humanos (presunción de inocencia, igualdad de las partes ante la Ley, etc.) para, en su lugar, servir a la transformación de la realidad.
Así, la Justicia deja de ser independiente e imparcial para ser una justicia al servicio de una concreta ideología. El más reciente e importante antecedente es el Volksgerichtshof, el Tribunal Popular del III Reich, con un kurzer prozess (proceso farsa) que vehicularizase el proceso inquisitivo, todo en orden a la transformación social pretendida por la ideología entonces hegemónica en Alemania. Ahora la ideología hegemónica, igualmente individualista, totalitaria y negadora de los DDHH, es la posmodernidad, igualmente atractiva para las masas y así acríticamente acogida en la práctica unanimidad de la subculturas como crecientemente en la sociedad.
Las masas enfurecidas son una característica de la justicia antes llamada inquisitiva y actualmente disfrazada de transformativa. No se requieren conocimientos específicos de garantías jurídicas, con la excusa de una supuesta democratización de la Justicia, e incluso conceptos como Justicia, Derechos Humanos, Estado de Derecho, garantías procesales, etc., son tachados de «metarrelato» a batir, tras su cuestionamiento relativista. La masa enjuicia sin heterocomposición, porque a cualquiera se le reconoce mérito y capacidad para cualquier cosa, y quien niegue esta barbaridad es tachado de, como poco, elitista. Y las masas pueden ser seducidas y conducidas a la locura masiva como comenzó a pasar en Europa hace casi un siglo, por quienes realmente aplican una justicia adjudicativa, la Ley del Más Fuerte, y la fuerza también se mide en simpatías suscitadas.
Es el sistema que se reproduce crecientemente en la subcultura del BDSM en importantes áreas geográficas. Un sistema rudimentario que aplica su propio sistema de penas simples: igual que con la Ley de Pradial de 1794 inició el Terror en la Revolución Francesa posibilitando juicios sumarios que sólo podían terminar en absolución o guillotina, la justicia transformativa de las subculturas no tienen graduación de las penas y concluyen condenando al disidente interno a una suerte de «muerte civil» dentro de la subcultura, lo cual está reforzado por la «cancel culture» del supremacismo moral posmoderno de la actualidad. Las masas condenan a la damnatio memoriae al reo, sin garantía alguna de las contempladas en el ordenamiento internacional de los DDHH, y es envuelto en un cordón sanitario tras el que es ignorado, ninguneado, como forma de ser expulsado de la subcultura.